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11 de diciembre de 2024OPINIÓN/Pedro Burruezo
“El peligro de la estandarización”
En su habitual y divertido tono de literatura cómica, Pedro Burruezo se acuerda de su pasado, reivindica la personalidad y la singularidad y alerta sobre los peligros de la estandarización en el sector ecológico.
No reniegues de ningún recuerdo de tu pasado. Lo que viviste te hizo ser quien eres
Cecilia Curbello
Pertenezco a una familia (murciana, por parte paterna) muy singular, muy atávica, muy misteriosa. Mi tía Juana tenía un perro (el “Chéste”, con pronunciación murciana) que cantaba. Tenía querencia por los éxitos de la música popular latina. En particular, por “Juanita Banana”. El peculiar cánido se sabía de memoria las entonaciones de Luis Aguilé. Claro que la canción no tenía mucha letra, pero eso no le quita el mérito al chucho ni a la labor de adiestramiento de mi tía Juana y de su marido, “El Popeye” (un hombre muy bueno y muy querido). Por otro lado, a mi tía Carmen “La Fofó”, cuyo curioso apodo fue anterior al de los televisivos payasos, la encontraron fiambre con una pata de jamón debajo de la almohada. El asunto no llegó a los tribunales porque se trató de una muerte natural, pero nadie (ni en la familia ni fuera) ha acertado a saber todavía qué hacía una pata de “jalufo” en la cama de la susodicha. Lo de mi tía María estuvo a punto de causar una tragedia. Resulta que a la señora le tocó la lotería. Podría haberse dedicado a viajar por el mundo, o a comprarse un chalet en el Mar Menor, como todo el mundo, pero ella prefirió agenciarse un mausoleo en el cementerio de la localidad y, antes del óbito, poner su foto en la entrada. Un día, una vecina había ido a visitar la tumba de su difunto esposo y vio la instantánea de María Burruezo en el sepulcro. Al día siguiente, al verla vivita y coleando en la parada de patatas y de cebollas de Tía Juliana “La del Buscatuercas” (que también era de la familia)… le dio un “yuyu” que a punto estuvo de llevársela al otro barrio con los pies por delante. En fin, una familia muy peculiar.
SIN TRAUMAS
Lo de pertenecer a una familia singular lo he llevado siempre bien. Nunca me ha traumatizado. En Lorca, incluso, hay un pequeño templo cristiano llamado “La Ermita del Burruezo”. No sé a ciencia cierta si el nombre tiene que ver con algún antepasado de mi gente, pero no sería de extrañar. Entre los míos, como ya he indicado, siempre se ha dado una tendencia natural a salir del rebaño y a vivir cada uno a su aire. Así que cuando, en los 80, formé un grupo llamado Claustrofobia… nadie se sorprendió demasiado. Tampoco nadie se inmutó cuando hace dos décadas acepté islam y entré a formar parte de una orden de aprendices de sufíes tomando como ideal vital el de la “futuwá”. Nadie entre los míos quedó desconcertado al verme como estandarte de una orden de caballería en pleno siglo XXI. Y, obviamente, tampoco nadie mostró la más mínima indignación o sorpresa porque, desde hacía años, llevaba consumiendo alimentos ecológicos… Cuando eso de los productos “bio” se asociaba a los “alimentos de régimen”… yo ya le había dado la espalda a la alimentación al uso.
“COSAS VEREDES”
“Cosas veredes”, le decía el Quijote al bueno de Sancho. Por cierto, no sé lo que le parecerían al personaje de Cervantes los actuales parques eólicos. Supongo que le aturdirían más que el tecno berlinés a un borrico de Villarmentero de Campos. El caso es que sí, “cosas veredes”, y lo que hacía años era cosa de iluminados y de melenudos, irredentos y periféricos, mire usted por dónde, ha pasado a convertirse en algo que suscita el visto bueno de las masas. Cada vez más. Y no seré yo quien se oponga a tal asunto. Eso está muy bien. Cuantos más alimentos orgánicos lleguen a los hogares… mejor. Pero reconozcamos que la estandarización del sector ecológico tiene sus peligros: se empieza por tener una apariencia menos osada y se acaba copiando los protocolos del mismo sistema que pretendíamos combatir. En esta misma atalaya informativa, recientemente, Juan Laborda, de GIASAT (Gestión Integral Agroecológica de los Sistemas Alimentarios Territorializados), señalaba: “Desde hace varios años el sector ecológico se encuentra en un proceso de ‘convencionalización’. Más allá de las bases productivas diferentes y más sostenibles, los formatos de venta y los canales caminan hacia los mismos derroteros que el resto del sector de la alimentación. Esto es: tendencia al producto procesado y distribución en grandes cadenas. Con todas las consecuencias asociadas a estos dos factores: expulsión de pequeños productores, primacía de la economía de escala para grandes, integración vertical, y, en definitiva, oligopolio y control de la cadena por grandes actores de la industria y la distribución agroalimentaria”. Este hombre lleva mucha razón. La estandarización conlleva amenazas…
LO SINGULAR Y EL ÉXITO NO TIENEN POR QUÉ SER INCOMPATIBLES
Lo singular y un cierto éxito no tienen por qué ser incompatibles. Ahí está el caso de BioCultura, por ejemplo. O el de Camarón. O el de Mari Trini. Lo peligroso es querer ser tan normal, tan corriente, tan habitual, tan común, tan frecuente, que se puede acabar siendo ordinario, en su acepción de usual. Y hoy hasta las grandes empresas copian a los y las artistas más personales en busca de singularidad y reconocimiento de la diferencia. Un ejemplo paralelo sería el de la modelo Winnie Harlow, que ha llevado su vitíligo (despigmentación de la piel) a las mejores pasarelas del mundo mundial. Desigual vio en su “diferencia”… la clave para la personalidad pública de la firma. Para vivir en el mundo de hoy hay que hacer pequeñas cesiones. No pasa nada si desertamos de pequeños detalles carentes de gran interés. Pero la ecosofía del sector ecológico, su esencia más primigenia, no hay que perderla en aras de la estandarización porque, intentando gustarle a todo el mundo, podríamos acabar no agradándole a nadie. Ojito…
Pedro Burruezo