Nuestro compañero Pedro Burruezo reflexiona, a partir de la noticia del rescate de un hombre de 250 kilos que vivía en El Prat en una casa llena de basura, acerca de si la especie humana sufre, en términos globales, el síndrome de Diógenes. ¿Cómo podemos haber convertido nuestro planeta en un vertedero? No somos tan diferentes de Alejandro B., que padecía obesidad mórbida.
La magia de escribir un libro está en su destino insospechado: puede ser la basura
Doménico Cieri Estrada
Efectivamente… Alguien puede escribir un libro muy bello… que termine en la basura. Alejandro B. seguramente fue, también, un bello bebé con un rostro angelical. Pero todo acabó en tragedia. Nuestro planeta fue algún día un paraíso. Hoy es un vertedero colosal de basura e inmundicias artificiales. Y todo apunta a que la cosa acabará como lo de Alejandro.
RESUMEN DE LA HISTORIA
Rebeca Carranco, desde “El País”, señala: “Los bomberos rescataron ayer a Alejandro B., un hombre de 48 años que vivía atrapado entre la basura en los bajos de un bloque de pisos en El Prat de Llobregat (Barcelona). La policía recibió un aviso a las ocho y media de la mañana de que el hombre se había caído en el domicilio, llevaba varios días sin comer ni beber y necesitaba ayuda. Las informaciones policiales indican que pesa más de 250 kilos y que no salía de su casa desde la pandemia, cuando empezó a teletrabajar. El ayuntamiento le asistió por última vez en octubre del año pasado, cuando los vecinos alertaron de la situación”. Este es el resumen de una noticia verdaderamente dramática. Es trágica porque muestra una realidad social: hay cada vez más gente, en soledad, que vive rodeada de basura y come basura. Y se sienten cómodos así. Eso es lo peor. En cierta forma, visto el asunto desde un prisma macro, la Humanidad está haciendo lo mismo. Se rodea de basura, come porquerías y ni se inmuta. Hasta que todo reviente…
UN RESCATE DE PELÍCULA
Para rescatar a este hombre fueron necesarias más de siete horas, un equipo de un montón de especialistas y hasta una excavadora. Desde las ocho y media, con una excavadora y a través de la ventana, los bomberos fueron retirando las bolsas, plásticos, cajas y demás basura acumulada en el domicilio del individuo, que padece el síndrome de Diógenes. Hubo que sacarle con un montacargas. Los bomberos intervinieron con mascarillas y trajes de riesgo biológico. Sólo el olor ya era insoportable. Rebeca Carranco advierte: “Fuentes policiales añaden que nunca habían actuado en una situación tan extrema”. Si llegáramos a una situación de verdadero colapso en la Tierra, y tuvieran que venir a rescatarnos desde otros planetas, probablemente los alienígenas que vinieran a salvarnos harían alusión a un planeta convertido en un vertedero, a nuestros organismos como receptores de miles de productos contaminantes, etc. Sólo vemos la paja en el ojo ajeno. En cierta forma, nuestra especie padece el síndrome de Diógenes. Vivimos entre basura, nos hemos acostumbrado a ello y sólo intervendremos cuando la situación llegue a un extremo insostenible. Mientras, seguimos viviendo como si no pasara nada. Como Alejandro.
ES MUY INDIGNANTE
El texto de la periodista continúa: “’Es indignante’, ha criticado uno de los vecinos de Alejandro B., que reside en el mismo piso en el que vivía con sus padres hasta que estos fallecieron. Lamenta que los servicios sociales y la policía no actuasen ante un caso claro de enfermedad. ‘Hablaron por teléfono con él y se conformaron cuando les dijo que estaba bien’, insiste este hombre que, como otros vecinos, pide no ser identificado. Antes de la pandemia, explican que Alejandro B. iba a trabajar al aeropuerto, donde aseguran que se desempeñaba como informático. “Una furgoneta le traía y le llevaba, y solo los cuatro escalones hasta su casa, en los bajos, le costaban 20 minutos’, recuerda. Con la pandemia, ya no volvió a salir”. Unos vecinos “despiertos” alertaron de que la situación era muy grave. Había indicios más que suficientes para actuar. Pero nadie hizo nada. La historia la hemos oído en mil ocasiones. Los vecinos son esa minoría ecologista, esa elite comprometida, que lleva décadas alertando del desastre que se avecina en nuestro planeta y que tiene un origen claramente antropogénico. Todo el mundo lo sabe. Se han recibido las noticias y las quejas. Pero nadie actúa como sería necesario actuar. Muy pronto será demasiado tarde.
TODOS SOMOS ALEJANDRO B.
El texto de Rebecca concluye: “El Consistorio empezó a tratar a Alejandro B. en 2003. Entonces se abrió un expediente inicial. ‘Se le visitó en el domicilio, se comprobó que sufría obesidad mórbida y cierta acumulación de cosas’”, explican desde el ayuntamiento. Continúa Rebecca: “En 2012 volvieron a intervenir los servicios sociales ante un empeoramiento de la situación de Alejandro B., al que trataron durante dos años ‘hasta que la situación se dio por normalizada’. En 2015 se hizo en ese mismo marco una ‘limpieza de choque’ de la vivienda. Ya no volvieron a detectar ‘ninguna situación anómala’ desde entonces”. El asunto es muy grave. Todos somos Alejandro B. Nuestro planeta y nuestro cuerpo están llenos de basura. Y seguimos viviendo como si nada. De vez en cuando, alguien toma alguna medida, siempre insuficiente. Y la cosa va empeorando. Si para Alejandro han sido necesarios una excavadora y un montacargas, ¿qué necesitará nuestro planeta? ¿Qué coste podría tener eso? ¿Quién lo pagará? ¿Estamos a tiempo de detener el desastre? ¿Se ha iniciado la cuenta atrás? La obesidad de Alejandro es como la destrucción del ser humano: sigue creciendo y creciendo y nadie ni nada la detienen. La basura de su piso es la basura del planeta: está llegando hasta un límite insostenible y estratosférico. Alejandro B. hubiera necesitado ser asistido por terapeutas especializados. Nuestro planeta también necesita que la antigua sabiduría vinculada a la espiritualidad más profunda e irredenta tome cartas en el asunto. Mientras, nos vamos pudriendo. Quizás tenga que ser así. El mejor abono viene de la putrefacción de la materia orgánica.
Pedro Burruezo