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Reflexiones sobre las macrofábricas de biogás
Santos Martín Martínez, oncólogo y especialista en medicina ambiental, es uno de los vecinos de Cantabria que se oponen a la puesta en funcionamiento de macroplantas para biogás, como en el caso de la de Hoz de Anero/Hazas de Cesto. Alrededor de la entidad Asociación Stop Macroplanta, están liderando la oposición a dicha planta. Aquí, nos remite un suculento texto para que comprendamos cuáles son las nefastas consecuencias ambientales y sociales de la creación de este tipo de fábricas de biogás.
El hombre razonable se adapta al mundo; el irrazonable intenta adaptar el mundo a sí mismo.
Así pues, el “progreso” depende del hombre irrazonable…
George Bernard Shaw
Para poner en contexto al lector, conviene aclarar brevemente qué es eso de una “fábrica” de biogás. Aunque pueda sonar a modernísima solución de vanguardia climática, en realidad es una tecnología del siglo XIX, desarrollada originalmente en India y relanzada con entusiasmo durante la crisis energética de los años 70. Hoy, los líderes en su implementación son China, Alemania y Suecia, países con algo más de planificación estratégica que nosotros.
¿Y QUÉ ES UNA PLANTA DE BIOGÁS?
Pues un proceso industrial donde se introduce materia orgánica —sólo orgánica, en teoría— en un biorreactor sin oxígeno (anaerobio), donde unos microorganismos muy aplicados la descomponen, generando metano (CH₄), entre otros gases, y un residuo pastoso-líquido llamado digestato o “slurry”, muy rico en nutrientes y supuestamente útil como fertilizante. Hasta aquí, todo suena muy circular, muy verde, muy sostenible.
¿Y QUÉ TIPO DE MATERIA ORGÁNICA SE PUEDE USAR?
Aquí empieza el festival: restos agrícolas, purines, estiércoles, restos forestales, algas, residuos industriales, lodos de depuradoras, sangre de mataderos, aceites usados... Vamos, todo lo que no se pueda mirar sin mascarilla. Todo lo que contenga carbono es bienvenido en este banquete bacteriano.
Dado que en el primer mundo producimos más basura que sentido común, parecería una buena idea reciclarla para obtener energía y fertilizantes, ¿no? ¿Quién se opondría a una solución tan limpia y circular? ¡Sólo un ignorante o un retrógrado! Pues no, resulta que la realidad, como suele ocurrir, es algo más compleja y menos idílica.
DOS CONDICIONES CLARAS
La Unión Europea, tan dada a las etiquetas verdes, apoya las plantas de biogás con dos condiciones claras:
- Que formen parte de una verdadera economía circular (la materia entra y sale en el entorno local)
- Que sean de tamaño pequeño o mediano, lo suficiente como para tratar residuos de la zona sin necesidad de importar toneladas de porquería de otros territorios
Pero, claro, eso en España lo leyeron al revés.
MÁS AVIDEZ QUE ESCRÚPULOS
Aquí, al olor de los fondos europeos, empresas privadas con más avidez que escrúpulos han optado por construir macroplantas, es decir, instalaciones que procesan más de 50.000 toneladas al año (y algunas, como la de Hoz de Anero, triplican esa cifra). ¿Por qué? Porque así se maximiza el beneficio y se minimiza la responsabilidad. ¿Economía circular? Mejor… economía especulativa.
El problema de las macroplantas no es sólo su tamaño: es lo que implican: para “alimentarlas” hay que importar residuos de todo tipo, y, cuando se acaba el estiércol, entra en juego el menú industrial. El biorreactor, pese a la propaganda, no es un filtro mágico. Lo que entra… sale: metales pesados, amoníaco, compuestos orgánicos persistentes, hidrocarburos halogenados, virus, esporas, y, cómo no, sulfuro de hidrógeno (H₂S), ese perfume tan característico del infierno. Todo ello acaba en el aire y en el digestato que luego esparcirán alegremente sobre el campo, como si se tratase de compost de elaborado en el huerto de la abuelita.
¿Y CÓMO LLEGA LA BASURA A ESA PLANTA?
En camiones, por supuesto. En el caso de la planta de Hoz de Anero, se estiman unos 14.000 camiones al año, de unas 22 toneladas cada uno. Camiones que cruzarán carreteras locales, atravesarán pueblos, contaminarán, colapsarán el tráfico y, si alguno tiene un accidente, podrían regalar a Cantabria su primer desastre químico a gran escala. Porque no hablamos de transportes de patatas, sino de residuos que a veces tienen nombres impronunciables y fichas de toxicidad que harían palidecer a un inspector de la SEVESO III.
HAY QUE CALCULAR TODOS LOS COSTES
Ahora bien, ¿por qué gustan tanto las macroplantas a ciertas empresas? Pues porque son más rentables. Aparentemente. Porque en ningún Excel empresarial se incluyen los costes sanitarios, ambientales o sociales derivados de su funcionamiento: asma, enfermedades neurodegenerativas, deterioro de calidad del agua, pérdida de biodiversidad... Todo eso se lo comerán, literal y metafóricamente, los vecinos. Y los pagaremos todos con nuestros impuestos, no ellos con sus beneficios.
LA CONTAMINACIÓN SE QUEDA
Cuando las cosas se tuerzan —porque lo harán—, la empresa cerrará, se declarará insolvente con sus gloriosos 3.000 euros de capital social, y adiós muy buenas. La contaminación se queda. Los beneficios se esfuman. Y los terrenos, otrora rústicos o protegidos, habrán sido mágicamente recalificados como industriales en un nuevo pelotazo urbanístico.
Pero no todo es metano y rosas. Los gases que se producen son tóxicos, explosivos, cancerígenos y altamente volátiles. Y aunque muchos se consuelen pensando: “Bueno… Se dispersan”… La realidad es que la contaminación atmosférica viaja kilómetros, especialmente en zonas ventosas. Y el digestato, si no ha sido debidamente tratado (espoiler: no suele serlo), no puede ni debe usarse como fertilizante. No al menos si proviene de residuos industriales.
EL RIESGO "O" NO EXISTE
Y no, el riesgo cero no existe. Pero lo que no se puede tolerar es que una instalación de alto riesgo se sitúe encima de acuíferos, en zonas naturales, junto a núcleos urbanos o en las cabeceras de ríos como el Pontones, que desemboca en la Bahía de Santander. Si hay un accidente, los equipos de emergencia pueden tardar más de 30 minutos, mientras el veneno fluye alegremente al mar, a los campos y al aire. ¿Y la Confederación Hidrográfica? ¿Y los políticos? Bien, gracias.
¿CUÁL ES LA ALTERNATIVA?
Pues la que defendemos desde nuestro grupo en Cantabria:
- Plantas pequeñas o medianas
- Gestionadas localmente
- Alimentadas con residuos orgánicos del entorno (purines, estiércol)
- Que produzcan energía para la comunidad
- Para obtener un fertilizante que no sea una bomba química
¿DÓNDE?
Todo ello en lugares donde haya infraestructura de emergencia, condiciones geológicas adecuadas, y lejos de zonas residenciales, turísticas o ecológicamente sensibles. Es decir, lo contrario a lo que están haciendo ahora. Las macroplantas huelen, contaminan, desvalorizan la tierra, frenan el desarrollo rural y enriquecen a quienes viven lejos de ellas. Y, para colmo, transforman hectáreas de suelo público o rústico en territorio industrial a precio de saldo, con la bendición de alcaldes cuya integridad —cómo decirlo— debería auditarse a fondo. Porque si no es por ignorancia, será por interés. Y si no es por interés, será por lo otro. Como ciudadanos, no podemos resignarnos a ser simples pagadores de impuestos y votantes cada cuatro años. Si no queremos acabar tragando basura mientras otros engordan sus cuentas en paraísos fiscales, necesitamos información, conciencia y acción.
Santos Martín Martínez